I

No hay en él nada sano.

No hay carne viva en su cuerpo.

Todo ha sido golpe,

todo ha sido llaga.

Donde hubo piel,

queda ceniza.

Donde hubo mirada,

una grieta muda.

Donde hubo aliento,

una espasmo sin aire.

Su corazón no late,

tiemblan.

Su memoria no recuerda,

gime.

Su cuerpo no cae,

se arrastra.

Su sombra no sigue,

se adelanta..

II

¿Dónde más puede ser golpeado?

¿Qué rincón de su cuerpo quedó sin dolor?

¿Quién soporta un corazón

que no cesa de romperse?

Sin brillo,

polvo informe,

carne muda,

la cicatriz de un hombre

que el amor olvidó.

Quien lo ve,

retira el alma de sus ojos,

le huye por dentro,

bordeando su abismo.

No hay en él hermosura,

ni luz que encienda un anhelo.

Su figura repele la vista,

su presencia desgarra el interés.

Envuelto en desprecio,

vestido con el abandono,

calzado con el barro del escarnio.

III

Varón de dolores,

conocedor de todos los quebrantos,

habitante del tormento,

mártir del llanto.

Permanece…

No por fuerza,

sino por ruina.

Su rostro clavado al suelo,

sin esperanza de nada.

Como un altar

al espanto,

al abandono.

Se le dio por exterminado.

Borraron su nombre.

Pisotearon su memoria.

Como vasija rota nació.

Su existencia es un fracaso.

Lo arrojan fuera del sepulcro,

como un aborto,

como un cadáver fétido

que los gusanos pudre.

IV

El crepúsculo,

que era su alegría,

se le tornó espanto.

Y todo el día

es una noche

que no termina.

Derribado,

sin dejar de andar.

Perseguido,

sin levantar la voz.

Cargaba el dolor de todos,

y nadie lo miraba.

Su cuerpo era castigo,

su andar, un espanto.

Y es él,

es el hombre que pasa,

loco...

¡loco de amor!